Calzando las zapatillas originales con las que se hizo un nombre en su llegada a la liga, Michael Jordan pisaba el parqué del Madison Square Garden aparentemente por última vez. Un 8 de marzo de 1998, los Chicago Bulls visitaban a los New York Knicks por última vez en la temporada regular, aunque todavía les restaría un cara a cara con el que cerrarían la campaña pero ya en sus dominios. La Meca del básquet disfrutaría de una última función del mito, un jugador que terminó una y otra vez con las ilusiones de los aficionados locales pero cuyo impacto y legado en aquella cancha todavía hoy es tangible.
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El evento sería televisado a nivel nacional en todo Estados Unidos en la noche del sábado, inmejorable fecha y momento para presenciar un partido que sería inolvidable. Desde la previa, todos los focos iban en dirección al 23 de los Bulls, quien venía promediando más de 30 puntos por partido en sus últimas tres apariciones, con Nuggets, Kings y Blazers como víctimas.
Se empolvó las manos en magnesio, se limpió las suelas de las zapatillas e irrumpió en la cancha mientras mascaba un chicle. Su Majestad estaba en casa y el espectáculo estaba a punto de comenzar.
El último baile
Las más de 19.000 almas que abarrotaban las gradas del Madison en aquella velada que había colgado el cartel de completo serían testigos de su última gran actuación en tierras neoyorkinas. Durante los 40 minutos que Jordan estuvo sobre el parqué, fue el autor de 42 puntos -divididos en 11 de 24 tiros de campo- a lo que sumó 22 de 24 desde el libre. Una demostración de superlativo dominio de la media distancia, el juego al poste y las finalizaciones cerca del aro. Al más puro estilo Michael, el jugador de los Bulls sería el verdugo perfecto del intento de victoria de los Knicks.
Tras una igualada primera mitad donde Jordan fue el principal protagonista con 25 puntos, los de Jeff Van Gundy consiguieron empezar el tercer cuarto con un parcial que les permitió abrir una distancia de 9 puntos, incluyendo un lapso de 2 minutos donde Buck Williams resultó imparable.
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Así, durante el último asalto todo estaba en manos del 23 de los Bulls, que daría un recital de juego ante la marca del mítico John Starks. De sus manos saldrían los 7 puntos que junto a la ayuda de Scottie Pippen impulsarían a los suyos hacia la victoria, en un parcial de 28 a 21 para cerrar el triunfo por 102 a 89, que sería posible gracias a un providencial robo de balón y pase rumbo a Ron Harper que pondría a Chicago en disposición de sellar el triunfo.
Con 1:03 minutos restantes de partido, Phil Jackson sacó del mismo a Su Majestad, quien recibiría una ovación de 15 segundos por parte del público del Madison en su última noche en La Meca.
Problema con las zapatillas
No es oro todo lo que reluce. Y más allá de la aparente facilidad con la que Jordan brilló en aquella ocasión, en sus adentros no todo iba tan bien. Las zapatillas que usaría para aquel partido, unas Nike Air Jordan I de 1985, eran un 12½. El problema sería que trece años después, el pie de Michael había aumentado de tamaño hasta una talla 13½.
A pesar del evidente dolor que le generaba jugar con unas zapatillas que no eran de su tamaño y de que tenía otro par de un modelo actual y que ya había usado esperándole en el banco, la leyenda de los Bulls rehusó a reemplazarlas hasta terminar el partido con 42 puntos.
"No podía quitarme las zapatillas lo suficientemente rápido", dijo a ESPN tras el encuentro. "Y cuando conseguí quitármelas, la media estaba empapada en sangre". Una anécdota más que pone en valor la capacidad de abstracción del mito. "Es divertido volver aquí y jugar, y recordar algunos de los viejos tiempos y algunas de las cosas, algunos de los partidos que he tenido aquí, y los zapatos fueron parte de eso. Mis pies me están matando”, dijo durante la entrevista posterior al encuentro.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.