El Panteón de la NBA está ocupado principalmente por dos franquicias, por dos colores y dos maneras de entender este deporte. Entre Boston Celtics y Los Angeles Lakers se reparten 34 de los campeonatos que se han disputado desde que esta liga naciera en 1946. A través de ambos puede estudiarse la larga y basta historia de la NBA, sus ascensos, estrellas, dinastías y éxitos. Cientos de capítulos que acaban convergiendo una y otra vez en las franquicias verde y amarilla.
Han tenido que pasar 10 años para que los Lakers hayan podido empatar a sus rivales históricos en número de campeonatos, pues con el título conseguido en el Juego 6 ante los Miami Heat, los californianos se convierten junto a Boston en las dos franquicias más laureadas de todos los tiempos con el que será su 17º anillo.
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La memoria nunca es buena acompañante de viaje cuando se echa la vista atrás y con los Lakers en concreto se tiende a olvidar todo el proceso previo que condujo a cada uno de sus anillos. Un equipo campeón nunca surge de la nada y se crea de la noche a la mañana y este 2020 no ha sido una excepción.
De la imagen de Kobe Bryant con el puño al aire mientras el confeti caía sobre el parqué del Staples Center en la noche del 17 de junio de 2010, a la de la coronación de LeBron James como nuevo Rey de Los Ángeles parece que haya pasado un siglo y por momentos dio esa sensación. Los Lakers tornan de nuevo a su lugar de origen, como campeones de la NBA, tras un trayecto muy particular, una desintegración total y un renacimiento express en cuestión de meses. Este ha sido su camino.
2011-2013: Canto de cisne
Con el three peat en el horizonte, los Lakers trataron de darle un año más de continuidad a un proyecto que por tiempos estaba a punto de verse superado por las nuevas generaciones. Varias fuerzas parecieron emerger a la luz del título de 2010. La primera y más importante derivada de la decisión de LeBron James de partir a Miami Heat junto a Chris Bosh y Dwyane Wade, en un movimiento que cambió la liga para siempre. La segunda, un Oeste que se reforzó enormemente en una mezcla de veteranía encarnada por Dallas Mavericks y San Antonio Spurs, y juventud con Oklahoma City Thunder al frente.
La gerencia angelina aprendió pronto a la fuerza que el proyecto necesitaba una renovación y que debía afrontar un cambio de ciclo después de ser barridos en Semifinales de Conferencia en 2011 por los Mavs, a la postre campeones. Esa decepción supondría el adiós de Phil Jackson de los bancos, así como de Lamar Odom en la apertura de la Agencia Libre tras el lockout. Un cierre patronal que se abrió con la esperanza de que sirviese como atajo a su reconstrucción y que tras la frustrada operación por Chris Paul acabó por dinamitar un proyecto, sostenido únicamente por el talento de Kobe Bryant y Pau Gasol.
La nota positiva de aquella temporada 2012 fue la explosión de Andrew Bynum, que parecía despertar finalmente como estrella y jugador franquicia, lo que hizo crecer considerablemente su valor de mercado, facilitando su salida en un movimiento que sería la condena de los Lakers campeones de 2009 y 2010, pues pronto se confirmó como un error más.
Mitch Kupchak apostó todo por dos piezas que definirían su presente y, en cierto modo, su futuro por las rondas entregadas: Steve Nash y Dwight Howard. El base llegó a cambio de cuatro rondas de Draft que tiempo más tarde se convirtieron en Mikal Bridges, Nemanja Nedovic, Alex Oriakhi y Johnny O'Bryant, mientras que Superman lo hizo en una operación a cuatro bandas donde se desprendieron de Bynum, Josh McRoberts, Christian Eyenga y una segunda ronda de 2017.
Año | Récord | Posición | Eliminación |
---|---|---|---|
2010-2011 | 57-25 | 2° del Oeste | Semifinales (4-0 vs. Dallas) |
2011-2012 | 41-25 | 3° del Oeste | Semifinales (4-1 vs. OKC) |
2012-2013 | 45-37 | 7° del Oeste | 1° ronda (4-0 vs. San Antonio) |
Las piezas nunca llegaron a congeniar, dentro y fuera de la pista. El asfixiante liderazgo de Kobe Bryant chocó de frente con la actitud pueril de Dwight Howard, que unido a los problemas físicos que arrastraron todo el curso Gasol y Nash acabaron por condicionar una temporada que llevaba el cartel de fracaso desde que arrancasen 1-4, cobrándose el puesto de Mike Brown como entrenador. La conjunción de la Princeton Offense de Mike D'Antoni y el anhelo competitivo de Bryant fueron los dos pilares que sostuvieron a los Lakers en aquel 2013 que alternó la victoria y la derrota casi de manera continua.
Fruto de la negativa a aceptar la realidad competitiva y de las altas posibilidades de quedarse fuera de los Playoffs por primera vez desde 2005, Kobe Bryant asumió un volumen de minutos insano para su maltrecho físico, no así para su cabeza que seguía a pleno rendimiento y dispuesta a asumir cualquier reto.
Kobe Bryant como empedernido competidor no quería ver morir a aquello por lo que había luchado contra viento y marea durante sus últimos 8 años, e inició un sprint inhumano que derivó en la lesión que acabaría poniendo fecha de caducidad a su carrera profesional. Durante los últimos 10 encuentros que disputaría ese año, el jugador de los Lakers promediaría 43,5 minutos de media, lo que supone prácticamente el 90% del total, en una demostración exacerbada de un pírrico heroismo que confluyó en la rotura del tendón de Aquiles de su pierna izquierda.
Ese impulso motivado por el ahinco de Kobe por colocar a su equipo en la posición que creía merecer se tradujo en siete victorias con una media de 30 puntos, 7 asistencias, 1,2 robos y 6 rebotes que ayudaría a los Lakers a salvar los muebles en un año para el olvido.
"Hice un movimiento que he realizado un millón de veces y simplemente pasó", diría conteniendo las lágrimas Bryant al acabar el encuentro. "Trabajamos muy duro, nos colocamos en una posición donde podíamos controlar todo", lamentó la estrella.
La lesión sufrida hace hoy siete años supuso un antes y un después en su carrera. Los movimientos de la Mamba Negra jamás serían iguales, mantendrían la elegancia que siempre le caracterizó pero todo su juego se vio impregnado por aquel revés. El tiro en suspensión que siempre marcó su repertorio vio reducido su impacto por la dificultad para cuadrarse y elevarse de igual modo. La reactividad de sus pies y absorción de impacto en la finalización cerca del aro quedó muy lejos de lo visto hasta ese momento, y solo su persistencia a dejarse ganar por el irremediable paso del tiempo le permitirían disputar 107 partidos más en la NBA.
Todo honor y toda gloria que el jugador de Lakers recibiría a posteriori tras la lesión sufrida a 3 minutos del final del partido ante Warriors no camuflaría el hecho de que el equipo fue incapaz de competir contra los San Antonio Spurs ya en postemporada, siendo barridos 4-0 y perdiendo todos sus duelos por doble dígito.
El final estaba cerca y un tiempo de oscuridad de iba a cernir sobre los Lakers, que deberían esperar agazapados para poder volver a estar en disposición no ya de luchar por el anillo, sino simplemente de entrar en los Playoffs.
2014-2016: En busca de lo imposible
Apenas unos meses después de la lesión de Bryant y de que el proyecto quedase completamente desmantelado tras la marcha de Dwight Howard en la Agencia Libre, los Lakers acordaron la renovación de un Kobe todavía convaleciente por dos años a razón de 48,5 millones de dólares, que le mantendría como el jugador mejor pagado de toda la NBA. Esta confianza ciega en su estrella y principal referente a nivel de mercado no hizo más que condicionar su panorama salarial y competitivo, pues en las siguientes dos temporadas (2014 y 2015), el escolta apenas disputó un total de 41 partidos por culpa de diferentes problemas físicos derivados de su veteranía.
A caballo entre el rejuvenecimiento y el fin de proyecto, Mitch Kupchak trató de dotar al equipo de una serie de jóvenes y veteranos de bajo coste que pudiesen ayudar a relanzar una franquicia que siempre se había caracterizado por su éxito y buen hacer. No obstante, la realidad de un plantel compuesto por Jodie Meeks, Nick Young y Wesley Johnson hizo imposible cualquier intento de supervivencia en un Oeste plagado de tiburones competitivos, que relegaron a los Lakers a su peor balance desde 1975. Un dato que año tras año iría empeorándose como un problema endémico y sin aparente solución.
Año | Récord | Posición | Eliminación |
---|---|---|---|
2013-2014 | 27-55 | 14° del Oeste | Sin Playoffs |
2014-2015 | 21-61 | 14° del Oeste | Sin Playoffs |
2015-2016 | 17-65 | 15° del Oeste | Sin Playoffs |
El 2015 con la llegada de Julius Randle como flamante adquisición vía Draft, así como de Jeremy Lin a través de un traspaso, parecía dar motivos para creer en un futuro brillante, pero ni las buenas intenciones de Byron Scott ni la aparición de inesperadas figuras de G-League como Jordan Clarkson ayudaron a que la situación se revirtiera, consiguiendo el cuarto peor balance de la liga, que les dio derecho a elegir con el pick 2 a D'Angelo Russell, aquel jugador llamado a relanzar el proyecto.
Con un plantel condicionado salarialmente por Bryant, sin opciones de adquirir talento a través de la Agencia Libre y cuyos jóvenes no parecían ser capaces de dar el paso siguiente como sí sucedía en otros ambientes, el 2016 sirvió al menos como tour de despedida de Kobe, que finalmente pudo disfrutar de una temporada completa tras sus graves lesiones. Un destello de luz en un cielo cerrado y oscuro, con el cual ser de todo menos optimista pues no había razones para creer en que una reconstrucción fuese posible en esos términos.
El adiós de Bryant con 60 puntos ante Utah Jazz ante casi 19.000 almas en el Staples Center puso fin a una larga etapa de luces y sombras que permitió rememorar los buenos tiempos, pero que no ocultaba las vergüenzas de la reciente gestión de la gerencia, incapaz de materializar sus activos de futuro en algo tangible. El final de la carrera de Kobe abrió un largo periodo de incertidumbre donde el destino estaba claro pero no así el camino.
2017-2018: Travesía por el desierto
Nueva época, nuevas caras. O no tanto. Luke Walton fue el elegido para comandar la nave de unos Lakers que a su escuadrón de jóvenes añadía un diamante en bruto como Brandon Ingram como número 2 del Draft de 2016, formando un quinteto de jóvenes que estaba llamado a representar a la franquicia en los años venideros. Algo que, evidentemente, no sucedió.
Al contrario de los ejemplos de otros equipos que habían basado su reconstrucción en el desarrollo a través de piezas obtenidas en el Draft, los Lakers no consiguieron dar con la tecla para sacar el máximo potencial de unos jugadores que a la postre acabarían siendo All-Stars y destapándose como estrellas en otros destinos.
No obstante, Jennie Buss, dueña de la franquicia, trató de revertir esta situación de mediocridad dándole un giro de tuerca a la gerencia, despidiendo al GM precedente, Mitch Kupchak, arquitecto de los títulos conseguidos entre 2001 y 2010, y sustituyéndole por Magic Johnson como Presidente de operaciones. El movimiento que colocó al mítico base al frente de las oficinas buscaba cambiar la imagen de los Lakers para convertirlos en un destino para potenciales agentes libres de cara a los próximos años y así devolver el brillo perdido al equipo en el último lustro.
Año | Récord | Posición | Eliminación |
---|---|---|---|
2016-2017 | 26-56 | 14° del Oeste | Sin Playoffs |
2017-2018 | 35-47 | 11° del Oeste | Sin Playoffs |
2018-2019 | 37-45 | 10° del Oeste | Sin Playoffs |
Lejos de lo estrictamente deportivo donde los Lakers mejoraron ligeramente respecto a años precedentes (26-56), en los despachos pronto Johnson dejó claras las intenciones del proyecto, drafteando a Lonzo Ball y desprendiéndose de D'Angelo Russell a cambio de Kyle Kuzma y un Brook Lopez que pasaría sin pena ni gloria por Los Ángeles antes de explotar como un interior de altísimo valor en Milwaukee Bucks. Juventud era el sinónimo que mejor definía a unos Lakers cuya media de edad oscilaba entre los 23 y los 24 años de edad, pero que era incapaz de dar forma a todo ese potencial, como si por la simple agregación de talento joven fuesen a darse los resultados esperados.
Sin embargo, esa estrategia de acumulación de jóvenes proyectos generó un ecosistema salarial perfecto para un movimiento que cambiaría radicalmente el curso de la franquicia. El 1 de julio de 2018, LeBron James acordaba verbalmente unirse a Los Angeles Lakers hasta 2022 por un contrato máximo en su intento por alcanzar su cuarto anillo en el reto más importante de su carrera: devolver el brillo a un equipo que hace tiempo que lo había perdido.
Pero el destino le tenía guardado un amargo desenlace, quizás el mayor de toda su carrera, pues tras disputar 8 Finales consecutivas en Miami y Cleveland, James se quedaría sin opciones siquiera de entrar en los Playoffs por primera vez desde 2005. Todo ello acompañado de un clima de desestructuración, luchas internas y el movimiento frustrado por adquirir a Anthony Davis vía traspaso que no ayudaba a creer en que la decisión de King James hubiese sido acertada.
2019-2020: El ave fénix
Todo el trayecto recorrido hasta este punto parecía no conducir a ningún lado y pasar página se hacía obligado, pues había quedado más que claro que con los jóvenes y James no alcanzaba para competir por los objetivos marcados. Como un atajo al éxito, el nuevo GM, Rob Pelinka (ex agente de Kobe Bryant tiempo atrás), llegó a un acuerdo con New Orleans Pelicans para adquirir a Anthony Davis a cambio de traspasar todo su núcleo joven.
En otras palabras, renegar de lo realizado desde 2016 hasta ese momento en favor de hacerse con un jugador que no había disputado hasta ese momento más de 75 partidos en una temporada y que sería agente libre al término del siguiente curso. Ese movimiento obligó a los Lakers a completar el resto del plantel con descartes de otros equipos por el alto volumen salarial que ocupaban James, Davis y el recién llegado Danny Green, entregando las llaves del equipo a figuras de perfil bajo como Dwight Howard, Alex Caruso, Rajon Rondo, Kentavious Caldwell-Pope o Avery Bradley.
Las estrellas suelen ser un atajo perfecto al éxito, como tiempo atrás ya dejó claro Pat Riley, y bajo su ala todo es posible en la NBA. Ante la baja forzada de los Warriors por sus lesiones y las fuerzas emergentes todavía en construcción en el Oeste, el nuevo técnico del equipo, Frank Vogel, pronto demostró que había conseguido dar con la tecla y haber sido capaz de encontrar la manera de hacer funcionar al equipo y llevarles a conseguir su objetivo último.
En un clima sano y equilibrado entre despachos, banco y vestuario, los Lakers despertaron como una potencia llamada a optar por uno de los billetes a las Finales casi desde el principio de la competición (hace casi un año).
Con James al frente de la creación ofensiva en su mejor temporada como pasador y con Davis liderando al ataque a un nivel ofensivo único para sus dimensiones físicas, los californianos acabaron en primera posición del Oeste, pandemia mediante, y enfilaron unos Playoffs donde demostraron ser los más preparados para la ocasión, así como los más regulares.
La lucha por el anillo es una maratón, una carrera de fondo, y en ese sentido Los Angeles Lakers han dejado claro que no hace falta ser el mejor equipo en un único aspecto para conseguir ser campeones, sino que lo más importante es ser regulares y sólidos en muchos aspectos. El control de los partidos a través de la defensa, su mutabilidad en los formatos y la vocación por la transición ha servido para que 10 años después de que tumbasen a los Celtics en 7 partidos hayan sido capaces de devolver a la franquicia a lo más alto, en un año complicadísimo con la pérdida de Bryant, y en una exigente temporada en lo mental por el ecosistema de burbuja dado por la crisis sanitaria.
A un año vista, los Lakers han renacido cuando nadie lo esperaba. No es que no fuesen capaces de hacer lo que han conseguido, es que las dudas que rodeaban al proyecto tras tanto tiempo de objetivos frustrados pesaban más en la balanza y sus rivales parecían más dispuestos o en mejor posición para acometer el reto.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.