Un sonoro grito cruza desde debajo de uno de los aros del TD Garden hasta llegar a lo más alto del estadio donde reposan los estandartes. La inconfundible silueta de Kevin Garnett centra todas las miradas de los aficionados en uno de los partidos más importantes de la temporada de regreso de Boston Celtics. Llegados a ese punto, tanto los verdes como el propio ala pivote se encuentran ante la oportunidad de triunfar liderados por una figura que une, irradia seguridad y crea grupo gracias a su personalidad contagiosa.
Desde el principio, KG fue alguien único, ese tipo de jugador capaz de cambiar el sino de un partido por todo aquello que no tiene que ver únicamente por hacer que la pelota atraviese el aro. Al igual que muchos otros, Garnett tuvo sus primeros contactos con el básquet no a través de un ambiente organizado, sino todo lo contrario, curtiéndose en las canchas exteriores junto a cientos de personas que la historia ha hecho de ellas anónimas pero que contribuyeron a la formación de su carácter, la esencia de su personalidad. En concreto, el futuro miembro del Salón de la Fama como parte de la Clase 2020 lo hizo en las canchas de Springfield Park en Mauldin, su ciudad natal ubicada a las afueras de Greenville (South Carolina).
Allí encontró el modo de canalizar su enorme hambre competitivo, aprendiendo en la jungla de asfalto que la mejor forma de sobrevivir es atacar primero y que todo medio vale para alcanzar el fin último. Ya sea por superioridad técnica, física o mental.
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En cuestión de 4 años, Garnett pasaría de ser un adolescente enclenque sin muchas habilidades en su haber a uno de los diamantes en bruto más codiciados de todo Estados Unidos. En concreto, en el verano de 1993 su estatura se dispararía por encima de los 2,06 metros, lo que unido a su insólito perfil como manejador de balón y anotador hizo llamar la atención de no pocos en el mundo del High School, lo que le permitió dar el salto un año más tarde a Farragut Career Academy en Chicago, lugar que le brindó el escenario perfecto para cambiar para siempre el básquet profesional.
A mediados de los años 90 la percepción que se tenía en la NBA de los jugadores jóvenes estaba a años luz respecto a la actual. El juego, como es lógico, era bien distinto. Los entrenadores y ejecutivos demandaban un perfil muy específico para tejer sus planteles. Figuras hipertrofiadas muscularmente, capaces de resistir el alto volumen de impacto que la fisicalidad del estilo imperante requería. Por ello, lo normal era que las franquicias apostasen por dos cosas: altura e inmediatez. Invertir recursos humanos y económicos en desarrollar a alguien de edad muy temprana, con potencial latente y que no ofreciese resultados automáticamente, no entraba en los planes de la mayoría de conjuntos que preferían tomar lo que creían que era la vía más rápida al éxito.
Entrados en 1995 no había nadie dentro de la NBA que no hubiese oído hablar de aquel chico espigado que llegaba a los 2,11 según decían y que jugaba como un alero. A sus 18 años todos los scouts de la liga estaban pendientes de sus movimientos, fuesen cuales fuesen y no era para menos, pues en su último año en Farragut fue capaz de promediar 25,2 puntos, 17,9 rebotes, 6,7 asistencias y 6,5 tapones, lanzando por encima del 66% en tiros de campo. Habría que estar ciego para no ver el potencial de Kevin Garnett incluso en ese contexto. Las universidades tentaron al nativo de South Carolina con becas deportivas durante años, pero a este lo que verdaderamente le seducía era el escenario más importante, la NBA.
“Parece sacar lo mejor de las personas y siempre parece encontrar la manera de sonreír por todo", dijo su entrenador de High School Willie Nelson. "No piensa en muchas de las presiones de la vida. Todos los que lo conocen, cuando se da la vuelta y se aleja, dirán: Es un buen chico".
Para llegar hasta ahí no solo hacía falta demostrarse lo suficientemente válido en cancha, sino convencer a todos aquellos que intervienen en la competición, desde aficionados a prensa y ejecutivos, siendo el camino más habitual para lograr este reconocimiento el básquet universitario.
Garnett se fue por la tangente.
Asesorado por Eric Fleisher, hijo del legendario Larry, agente e impulsor de la NBPA, el jugador de 19 años inscribió su nombre para el Draft de 1995 junto al de otras figuras salidas desde college y con un bagaje más que contrastado. KG tenía muy claro que no iba a permitir que aquella universidad donde recalase explotase su imagen sin percibir este un solo centavo de los beneficios, como bien puso de manifiesto lo sucedido con Chris Webber en Michigan a inicios de década. Razón por la cual este pretendía aprovecharse tanto de su hype como de su propio talento para llegar al objetivo final, dando el salto directamente desde el instituto a la NBA. El problema estaba en que habían pasado muchos años desde los últimos precedentes y estos no jugaban mucho a favor de Big Ticket.
Antes de Garnett hubo gente como Spencer Haywood, quien forzó la creación de su regla homónima, que eliminó la necesidad de pasar primero por la universidad, o Moses Malone que, previo paso por la ABA, tuvieron un rápido impacto en la liga, llegando a ser All-Stars e incluso MVP en el caso del último. Junto a ellos dos ejemplos muy distintos, primero Daryl Dawkins quien tras un largo periodo de adaptación a la competición se convirtió en una fuerza imparable bajo los aros y en un correcto interior en contextos competitivos, y segundo Bill Willoughby, quien no llegó a alcanzar las expectativas pese a su asombroso físico, disputando únicamente 8 temporadas sin pena ni gloria.
Fleisher previno al jugador de realizar todo tipo de entrenamientos privados con las franquicias que quisieran elegirlo en el Draft, primero por una cuestión física, ya que había experimentado una reciente lesión en una de sus rodillas hacía poco tiempo, y segundo para evitar que encontrasen fallas en su juego que le costara puestos. Como compensación, el agente invitó a los equipos a citarse con Garnett para tener reuniones y entrevistas personales con la intención de que su percepción de figura inmadura e incendiaria quedase atrás.
Fruto de esa estrategia, los Minnesota Timberwolves, liderados por Kevin McHale como general manager, tomaron la determinación de seleccionar a KG con su primera elección con el número 5 en el Draft de 1995. "Será una estrella, lo que no sé es cuándo", aseguró el ejecutivo al dueño de la franquicia Glen Taylor. Tras finalizar en el segundo mejor quinteto de rookies, al año siguiente se convertiría en All-Star a la temprana edad de 20 años, haciendo la inversión de 5,6 millones por tres temporadas de los Wolves más que rentable teniendo en cuenta el riesgo.
Joe Smith, Antonio McDyess, Jerry Stackhouse y Rasheed Wallace fueron los cuatro nombres que precedieron al de Kevin Garnett. A punto de cumplirse 26 años de ese Draft, tan solo Big Ticket permanecerá en los libros de historia como un miembro del Salón de la Fama de pleno derecho, uniéndose sus rivales en mil y una batallas como fueron Tim Duncan o Kobe Bryant junto a quienes compartirá este honor en la clase de 2020.
La NBA es una liga donde el ejemplo del éxito se contagia rápidamente. Si algo funciona verdaderamente no tardará poco en extenderse al resto de la liga y hacerse cánon. La veloz adaptación y explosión de Kevin Garnett lideró un cambio sin precedentes en la competición y más concretamente en la aproximación al Draft. En los dos años siguientes a KG llegarían tres jugadores que marcarían un antes y un después, liderando el cambio en el juego en la era inmediatamente posterior al retiro de Jordan como fueron Kobe Bryant (13º en 1996), Jermaine O'Neal (17º en 1996) y Tracy McGrady (9º en 1997).
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No obstante, la detección del talento no es una cuestión sencilla y que suela dar resultados inmediatos, más bien en la mayoría de los casos suele suceder lo opuesto. Rápidamente muchas franquicias centraron sus esfuerzos y recursos en monitorear y mapear todos los institutos del país con el objetivo de encontrar al siguiente Garnett, Bryant o McGrady, iniciándose así un progresivo rejuvenecimiento de la NBA y por el cual entre 1998 y 2005 un total de 35 jugadores dieron el salto directamente desde High School. Nombres célebres y grandes aciertos como LeBron James, Dwight Howard, Amar'e Stoudemire o Rashard Lewis contrastaron con otros como Kwame Brown, Jonathan Bender, Ricky Sánchez o Martell Webster.
La realidad para la mayor parte de aquellos que evitaron pasar por college no fue la del rápido camino al estrellato, sino más bien un progresivo aclimatamiento a la liga y un proceso madurativo acelerado que los llevó de ocupar una cómoda posición de deportistas adolescentes a hombres adultos de la noche a la mañana prácticamente, con todo lo que eso suponía. El ejemplo de Garnett ayudó a grandes talentos a poder medirse con figuras de su nivel sin la necesidad de pasar por un tedioso trámite que solo iba a retrasar lo inevitable, pero también ejerció una falsa sensación de que la diferencia entre el mundo amateur y profesional no era tal para la clase media de prospectos.
El Draft de 2005 marcó la última ocasión en la que un jugador proveniente directamente desde instituto podía saltar a la NBA, después de que esta instaurase una edad mínima, estableciendo los 19 años así como la necesidad de pasar un año en una universidad, un equipo profesional o una academia para poder inscribirse en el evento. Amir Johnson permanece como el último vestigio de un cambio liderado por Kevin Garnett, una figura esencial para entender las últimas dos décadas de la liga, tanto dentro como fuera del campo.
No hubo lema que hiciese más justicia a la carrera de The Big Ticket que aquel "Everything is possible" (Todo es posible) que exclamó instantes después de proclamarse campeón de la NBA en 2008. Una frase que más que grito, fue una declaración de intenciones.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.