A la hora de compararlo con su legado en el básquet internacional, está claro que el paso NBA de José Piculín Ortiz queda en un total segundo plano. Después de todo, estamos hablando de uno de los mejores jugadores latinoamericanos de la historia, miembro del Salón de la Fama FIBA y con pasado por gigantes como el Barcelona y el Real Madrid. Y sin embargo, fuera de su país, son pocos los que recuerdan su excursión por Salt Lake City a finales de los años '80.
Antes de llegar a la NBA, Ortiz fue una estrella del básquet universitario. Promedió 16,4 puntos y 8,5 rebotes en la 1985-1986 con Oregon State y subió sus números en el segundo año a 22,3 tantos y 8,7 rebotes. En aquella campaña, en la que compartió plantel con un debutante Gary Payton, el puertorriqueño fue seleccionado como el mejor jugador de la prestigiosa Conferencia Pac-10, superando incluso a Reggie Miller de UCLA.
Estos importantes antecedentes dejaron muy bien parado al ala pivote de cara al Draft 1987. Aunque claro, aquel fue un año especialmente cargado de talento, con jugadores como David Robinson, Scottie Pippen, Kevin Johnson, Horace Grant y el propio Reggie Miller, entre otros. Con todas esas estrellas por delante, Ortiz terminó cayendo a la posición número 15, siendo tomado por el Utah Jazz. ¿Otro ejemplo de la profundidad de ese Draft? El lituano Sarunas Marciulionis fue elegido recién con el pick 127 por los Golden State Warriors.
La llegada de Ortiz a la NBA no fue inmediata: pasó la 1987-1988 destacándose en la ACB con el Zaragoza, para finalmente arribar a Utah para la 1988-1989. El problema es que a pesar de su talento innegable, el Jazz estaba lejos de ofrecerle garantías de minutos. Por el contrario, los mismos eran realmente escasos.
En ese equipo de Utah no solo estaba Karl Malone en su máximo esplendor, sino que además tenía a otro ala pivote como Thurl Bailey siendo el Sexto Hombre del equipo. Y como si todo esto fuera poco, también contaba con otro cuatro como el veterano Marc Iavaroni en la rotación.
Sin embargo, había un detalle que en un principio parecía abrirle una puerta a Ortiz: el entrenador de Utah, Frank Layden, utilizaba una alineación enorme, con Mark Eaton cerrando la pintura, Karl Malone a su lado y otro ala pivote compartiendo cancha. Si bien Bailey o Iavaroni fueron quienes más terminaron cumpliendo ese rol de tercer interno, en un principio, la confianza estuvo depositada en Piculín.
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El boricua salió como titular en 15 de los primeros 18 partidos de esa temporada, forzado a jugar en una posición de alero en la que claramente no se sentía cómodo. "Debo mejorar mi lanzamiento externo" había dicho Ortiz en la entrevista post Draft y estaba claro que su juego se amoldaba muchísimo mejor al interior, que al perímetro. Por eso, no sorprende que haya tenido problemas para adaptarse a esa función (4 puntos y 44% de campo en esos 18 partidos iniciales), ni que cuando Layden anunció sorpresivamente su retiro, siendo reemplazado por Jerry Sloan, el oriundo de Aibonito haya perdido la titularidad.
Las oportunidades se terminaron prácticamente antes de empezar. El resto de la carrera NBA de Ortiz pasó sin demasiada relevancia: acabó promediando 2,8 puntos como novato y 3,2 tantos en la 1989-1990 (solo 13 partidos). Sin lugar detrás de Malone y Bailey, el puertorriqueño volvió a Europa, donde comenzaría a desempeñarse en los mejores equipos FIBA de aquel entonces.
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Es imposible saber qué hubiera sido de la carrera NBA de Piculín de ser seleccionado por un conjunto en el que hubiera podido jugar como ala pivote. Pero viendo su éxito posterior en niveles sumamente exigentes (llegó a promediar 25 puntos y 10,1 rebotes en los Juegos Olímpicos de 1996), todo parece indicar que al menos hubiera podido ganarse un lugar en alguna rotación.
Todo un ejemplo de cómo las circunstancias y el contexto muchas veces tienen tanto peso como el talento natural de un jugador.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.