El comienzo del verano de 1994 fue un momento de ilusiones en la ciudad de New York. La ciudad, repleta de turistas como siempre, vibraba al compás del deporte como pocas veces lo ha hecho en las últimas décadas durante esa época del año.
El estadio de New York Giants, en la cercana localidad de East Rutherford, New Jersey, era sede de la Copa Mundial de la FIFA con varios de los partidos de una selección de Italia que llegó a la final de aquel torneo y que contaba con el apoyo de la gran comunidad italoamericana de NYC. Estados Unidos también cumplía un gran papel, ganándole a Colombia y metiéndose en octavos de final.
En el centro de Manhattan los New York Rangers, el equipo de hockey sobre hielo, se coronaban campeones de la Stanley Cup de la NHL tras 54 años de sequía, festejando en el séptimo partido ante Vancouver Canucks. 1.500.000 personas habían salido a la calle el 17 de junio a celebrar esa conquista. El Madison Square Garden se había vestido de fiesta. Y seguía preparado para más festejos.
Michael Jordan se había retirado de la NBA y el camino de la Conferencia Este de pronto había quedado allanado para los New York Knicks de Patrick Ewing. Con el pivote como figura y con un grandísmo entrenador como Pat Riley, esos Knicks que jugaban muy duro y enamoraban a sus fanáticos habían eliminado a New Jersey Nets (3-1), Chicago Bulls (4-3) e Indiana Pacers (4-3) y estaban en las Finales, territorio que no visitaban desde 1973, cuando habían obtenido la segunda de sus dos coronas de la liga. El rival, Houston Rockets, era un gran equipo pero no parecía un escollo imposible.
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La serie comenzó 1-1 en Texas y los Knickerbockers estaban a tres triunfos en fila en casa de coronarse. Perdieron esa oportunidad al caer frente a un Olajuwon dominante en el juego tres, pero se repusieron llevándose el cuarto y quinto partido, ambos cerrados en gran nivel. Los Knicks estaban ganando 3-2 en las Finales.
Necesitaban sacar un triunfo en Houston, algo que ya habían conseguido. El sueño parecía muy cerca para una de las aficiones más pasionales de la NBA. Ewing, Charles Oakley, John Starks, Derek Harper, Anthony Mason, Charles Smith, Greg Anthony, Hubert Davis y Anthony Bonner pasarían a ser leyendas en caso de conseguirlo.
El 19 de junio de 1994, día del padre, fue el día más caluroso de ese verano en New York, aunque la estación no había comenzado oficialmente. La temperatura máxima llegó a los 37 grados centígrados, una rareza para el mes de junio. Las calles, que quemaban durante la tarde, se vaticinaban repletas de gente durante la noche si los Knicks se imponían en el sexto juego de las Finales, en el estadio The Summit de Houston.
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Estábamos en los que podían ser los días más gloriosos para John Starks, un escolta de 28 años que había llegado a la franquicia en 1990 tras ganarse su lugar mediante una prueba. Su historia era de sacrificio, como su juego. Tras no haber sido escogido en el Draft de 1988, seis años después Starks había llegado a un All-Star Game y a ser protagonista de un equipo finalista. Su rendimiento en las Finales estaba siendo bastante bueno: promediaba 17,8 puntos, 6,2 asistencias, 3,6 rebotes y 1,8 robos por partido con un 36,7% en triples, y tras su 3-18 de campo en el primer encuentro se había repuesto anotando al menos 19 tantos en cada uno de los demás partidos.
Ese sexto juego, Starks lo comenzó muy bien. A Ewing le costaba anotar (6-20 de campo), pero el escolta, que jugó casi todo el partido (46 minutos en cancha), lastimaba desde afuera a Houston Rockets: llevaba 5-8 en triples. Así, con 27 puntos de Starks, los Knicks llegaban a tener su chance de campeonato en la última posesión del partido. Houston ganaba 86-84, con Olajuwon, de 30 tantos, liderando al equipo, pero la última bola era para los visitantes, quedaban más de cinco segundos en el reloj y Starks tenía la mano caliente. Las esperanzas eran grandes en New York.
Starks recibió el balón, Ewing puso un bloqueo directo y el escolta se fue hacia el ángulo izquierdo de la cancha. Lo había dejado atrás a Olajuwon, o al menos eso pensó. Se frenó y tomó el tiro de tres puntos. Si entraba, eran campeones. Ya no habría tiempo para más. Pero Olajuwon, que había salido muy adelante a presionarlo, con apenas tres pasos hacia el costado se recuperó, saltó y alcanzó a desviar el tiro. Este se quedó corto. Houston ganó 86-84 y habría séptimo partido.
🚀 Today marks Hakeem Olajuwon’s incredible block on John Starks' potential game winner, forcing a game 7 in the 1994 NBA Finals.
— Houston Rockets (@HoustonRockets) June 19, 2020
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Igualmente, aunque no logró encestar el que hubiese sido el lanzamiento más icónico en la historia de los New York Knicks, Starks salió bien parado de cara al séptimo partido: "Tengo que darle mucho crédito a John Starks. El muchacho es increíble. Estábamos en una defensa en la que nunca dejaríamos libre a Starks y estamos enviando otro hombre sobre él. Si le dejas un pequeño agujero defensivo por una fracción de segundo, él va a alcanzar a lanzar su tiro", declaró post partido Rudy Tomjanovich, entrenador de los Rockets.
Si eso que ocurrió en el final fue un tapón o no queda un poco en discusión. No se llega a apreciar del todo con las cámaras de la época y hay quienes sostienen que Olajuwon no llegó a rozar el balón con la punta de los dedos, sino que fue directamente una falta sobre Starks al tocar sus manos en acción de lanzamiento. En ese caso, el escolta no habría tenido tres tiros libres para ganar el partido debido al reglamento de la época, pero si la chance de encestar dos para llevar el partido a un tiempo suplementario que no habría tenido a Hakeem en cancha, porque hubiese sido la sexta falta del de Houston.
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El 22 de junio llegó el último enfrentamiento de esas Finales. Tras tres años de hegemonía de Jordan y los Bulls, la NBA tendría un nuevo campeón. Primer anillo para Olajuwon y los Rockets o para Ewing y los Knicks, pero mientras que los texanos sabían que casi todas sus chances dependían del accionar del pivote nigeriano, los de Manhattan podían esperar otra veintena de puntos de Starks.
Y John lanzó mucho en ese partido, como lo venía haciendo en toda la serie. De hecho, era noticia por lo bien que funcionaba bajo presión. En el último período del cuarto, quinto y sexto partido había anotado más de 10 puntos, incluyendo 16 unidades en el sexto juego.
El gran problema fue que en el séptimo no pudo meter la pelota dentro del aro. En el primer tiempo no vio demasiado tiempo de juego por haberse cargado rápido con su tercera falta, pero New York aguantó y llegó al descanso perdiendo por apenas dos puntos: 45-43 para los Rockets con un Starks que llevaba 4 puntos, tirando 1-6. Esa tónica se mantuvo en el tercer cuarto, mientras que distinta era la realidad del escolta de los Rockets Vernon Maxwell, que terminaría el partido con 21 puntos. Sin embargo, todo continuaba apretado en el marcador: 63-60 para Houston con 12 minutos por jugar, una eternidad en el básquetbol. Una chance de que vuelva a aparecer el Starks de los últimos cuartos en las noches anteriores.
La pelota, como se había hecho costumbre, iba para Starks. Pero el escolta erró un tiro tras otro en acciones de catch and shoot saliendo de bloqueo indirecto. Empezó el cuarto final fallando seis tiros consecutivos. Cortó la racha anotando un doble tras un rebote ofensivo y los Knicks de pronto se pusieron a tres puntos. Pero un último bombazo de Maxwell en la cara de Starks y tres triples más errados por el de los Knicks en el minuto final sellaron las cosas. Houston se consagró campeón ganando 90-84 y el partido de Starks quedó en la memoria pero por lo malo que fue: 8 puntos, 2 asistencias y 2 rebotes en 42 minutos, con 0-11 en triples, 2-18 de campo y 5 faltas personales.
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Starks, que pudo haber sido el gran héroe de la pelicula, quedó como la comparación para cualquier mala actuación de un jugador en un séptimo juego. Así es el deporte. Los Knicks nunca más volvieron a estar tan cerca de ser campeones (en 1999 volvieron a las Finales pero perdieron 4-1 ante San Antonio Spurs) y Starks ya había llegado al pico más alto de su rendimiento: continuó en la franquicia hasta 1998 pero nunca más regresó a un All-Star Game o anotó al menos 16 puntos por partido de promedio.
En 1996 John perdió en lugar como titular a manos de Allan Houston y en esa misma temporada fue elegido el mejor sexto hombre de la NBA, pero un año y medio más tarde sería traspasado al peor Golden State Warriors de la historia y terminó retirándose en Utah Jazz en 2002, sin ser incluido en el plantel de Playoffs de esa campaña. Su final en la liga, cerca de los 37 años, sucedió lejos de las grandes luces, como sus inicios, que lo habían tenido jugando en equipos de ligas menores como Cedar Rapids Silver Bullets o Memphis Rockers. Eso sí, en el medio del viaje pasó muy, muy cerca de la gloria más grande.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones