Como cada domingo por la mañana, Misko Raznatovic se sentó a leer los periódicos deportivos serbios. Entre crónicas y noticias le llamó la atención una línea estadística del jugador de un equipo del norte del país, en Voivodina. 25 puntos, 25 rebotes y 50 de valoración. El agente se quedó con el nombre. A la semana siguiente, Raznatovic volvió a ver unos números descomunales y ya no se lo pensó más. Levantó el teléfono, llamó a la persona encargada de controlar el área, Branimir Tadic, y preguntó por todo lo que sabía del tal Nikola Jokic.
Se hizo el silencio. Su interlocutor no sabía ni quién era.
El mayor experto en toda la zona de Serbia de una de las agencias de representación más importantes de Europa y la principal en los Balcanes no tenía en el radar a un chico de 17 años que estaba firmando números de escándalo en la liga júnior. "Averigua si su juego se basa en la fuerza y el físico o es consecuencia de su talento", le dijo Misko a Tadic.
La respuesta en forma de informe por parte de su scout fue llamativa. "No tiene forma física, tiene sobrepeso, pero tiene un gran talento", expuso.
—Ve a Novi Sad y no vuelvas hasta que firme con nosotros.
Ese fue el mensaje, más bien orden, de un Raznatovic que quería hacerse con ese diamante en bruto antes que otro se le adelantase.
A Tadic le costó dar con aquel adolescente de Sombor. Su intento de verle en los entrenamientos del primer equipo del Vojvodina Srbijagas no dieron sus frutos. ¿Por qué? Porque ni siquiera jugaba con ellos. Simplemente ocupaba un puesto en el conjunto júnior de instituto. No tenía ni un contrato firmado con ellos. Desde la perspectiva de una agencia era un sueño, una oportunidad única. Pero también bastantes banderas rojas a las que atender. Pasado de peso, sin experiencia al máximo nivel, sin disciplina, con unos hábitos cuestionables (desayunaba medio kilo de bureks cada día) y bastante "mayor" para cambiar todo eso.
Sin embargo, Raznatovic confió a ciegas en un pálpito. Y sin haberle visto un solo minuto le ofreció un contrato a Nikola Jokic. "Fue la primera y la última vez que hice algo así", dijo recientemente. A partir de entonces empezó la construcción de un jugador que iba a cambiar por completo la manera en la que se entendía este deporte y la posición de interior. Y es que apenas dos años después iba a ser elegido entre los 60 mejores jugadores del Draft y, en menos de una década, el mejor jugador del planeta.
Pero para llegar hasta ahí habría que saltarse demasiados capítulos. Tantos que sería muy difícil entender cómo aquel chico surgido de una población a pocos kilómetros de la frontera de Croacia y Hungría acabaría en la cúspide de la mejor liga del mundo.
El camino del Joker a la NBA pudo no ser. El Barcelona estaba tras su pista. Entre diciembre de 2014 y febrero de 2015 los catalanes viajaron una y otra vez para verle jugar y negociar con su agente que, además, dirigía el club donde jugaba, el Mega. Solo quedaban unos detalles, pero en uno de esos tantos partidos de liga vieron algo que no les gustó. Falta de ganas, bajo rendimiento y un físico preocupante alejaron al Barça de llevarse a uno de los mayores talentos de la historia reciente del Viejo Continente.
Ahí fue cuando entró en escena un hombre: Arturas Karnisovas, por entonces asistente del General Manager de los Nuggets. "Con sus habilidades, no hay ninguna duda", dijo el ejecutivo. "La cosa es su cuerpo. ¿Dónde va a tener una mejor oportunidad de mejorarlo? ¿En la NBA o en la Euroliga?".
Estaba claro, tenía que cruzar el charco.
Pero Nikola no lo veía tan sencillo.
Su hermano, Nemanja, había tenido una experiencia nefasta en Estados Unidos. Como amigo personal de Darko Milicic, recibió una beca para jugar en un instituto y más tarde en Detroit Mercy. Nemanja vivió más fuera que dentro de las canchas y el fracaso de Darko dejó huella en el pequeño Nikola. "Sólo quería divertirse", recordó su hermano para Sports Illustrated hace unos años.
Meses después de la negativa del Barça, Jokic decidió ir rumbo a las Montañas Rocosas. Empezaba su camino.
Su personalidad más bien introvertida sólo se abre cuando tiene un balón en las manos. El problema a su llegada a Denver es que eso no iba a ser posible. Al menos de primeras. La NBA todavía no estaba preparada para entregar las llaves de la ofensiva a un interior de sus características, como tampoco lo estaba Jokic, y mucho menos Michael Malone. Sin embargo, siempre hay un momento fundacional. Para Jokic fue un 15 de diciembre de 2016, en su segunda campaña en los Nuggets, cuando el técnico realizó un cambio que no tendría vuelta de hoja. Tras muchos experimentos entre este y Jusuf Nurkic, Malone optó por poner al serbio como titular y empezar a dejarle ser creativo.
Al nativo de Sombor se le abrió un mundo de posibilidades. De repente tenía ante sí a sus compañeros en perpetuo movimiento, cortando, desbloqueándose, esperando abiertos. Y su defensa no sabía cómo reaccionar. Al tercer encuentro con esa responsabilidad y con solo 21 años Nikola Jokic se fue con 27 puntos, 17 rebotes y 9 asistencias. Estaba claro, iba a ser el base de los Nuggets de ahí en adelante. Costase lo que costase.
"Lleva tres partidos como titular y no creo que sea una coincidencia que llevemos tres victorias seguidas", explicó Malone a los medios tras aquella victoria.
Había nacido el Nikola Jokic que dominaría la NBA en el siguiente lustro.
De ahí en adelante fue soltándose, ganando confianza al mismo tiempo que se desarrollaba. De los sistemas cerrados donde él era quien tenía que poner el extra de calidad pasó a crear jugadas de la nada. Todo paralelo al crecimiento -lento pero sostenido- de Jamal Murray, su inseparable pareja sobre la cancha, con quien tejería una relación irrompible.
Esa libertad sin condiciones otorgada por Malone fue clarividente. Muchos entrenadores se entregan a los designios de un talento generacional, sin atender a los pros y contras, excusándose única y exclusivamente en la valía de su pupilo. Pero el entrenador de los Nuggets creó alrededor de él un ambiente en el que Jokic pudiera brillar. Para ello necesitaba tiradores, gente que pudiera cortar, entender los espacios y, sobre todo, que fuese inteligente.
"Siento que puedo hacer cualquier cosa sobre la cancha", aseguró Nikola en enero de 2017.
No le faltaba razón.
Entrenar con Nikola Jokic es un deporte de alto riesgo. Como un francotirador apostado en lo alto de una colina, el serbio dispara cuando el oponente menos se lo espera, ni siquiera los suyos. Quienes ponen un pie por primera vez en el campo de entrenamiento de los Nuggets son puestos en preaviso. "Ten tus manos listas".
¿Por qué?
Porque si no la pelota se irá fuera. O, peor, recibirás un balonazo en la cara.
"A veces lo hace adrede, solo para mantenernos alerta", bromeó Paul Millsap en 2019. "Es una buena táctica en algunos entrenamientos. Es un recordatorio para que siempre estés mirando. Me ha dado unas cuantas veces. Quizá no en la cara, pero porque he visto la bola venir hacia a mí y, en el último instante, me he quitado de en medio".
Para Nikola Jokic, el pase no es un elemento más del juego: es el eje central, la condición de posibilidad para que se pueda atacar. Es la esencia de su propio ser.
“Pasar siempre ha formado parte de mi vida”, explicó Jokic. “Pero luego vine aquí, encontré muchas más opciones para pasar el balón para mejorar a mis compañeros. Creo que esa es la forma que más puedes ser parte del sistema. Puedes ver que solo con un pase puedes destruir la defensa rival”.
Pero ningún base, por muy talentoso que pueda llegar a ser, puede sobrevivir como líder y figura más importante sin desarrollarse en algún sentido como anotador. Al principio, el serbio lo hacía casi por inercia. Ante la ausencia de un interior que pudiera defenderle desde lejos o plantarle cara por una cuestión de tamaño, Jokic se iba fácilmente por encima de los 15 puntos. Pero el salto de los 20 a los 25 es uno de los más notables que hay en esta liga, más si se trata de una estrella de primer nivel.
El jugador de los Nuggets comenzó a trabajar en su lanzamiento en suspensión, tomando como ejemplo a dos de los mejores grandes en ese sentido, como Tim Duncan y Dirk Nowitzki. Jokic fue alejándose progresivamente del aro, aprendiendo y encontrando los espacios en los que se sentía más cómodo. Así hasta desarrollar un tiro desde la media distancia y la parte alta de la zona casi imparable. El punto de salida que le permite su mecánica superior dificulta enormemente a la defensa rival el ser contestado, ni hablar de un posible tapón.
La mejora física vino acompañada de una mayor libertad de movimiento. Y es que para que el balcánico pudiera alcanzar su punto más alto de rendimiento era necesario ser más ágil, más equilibrado, todo ello sin perder fuerza ni excesivo peso. Esa evolución le dio alas, pudiendo así comportarse en ocasiones más como un alero, recibiendo desde fuera y buscando un floater o una finalización con contacto.
Así hasta cerrar el círculo. Sin un gran salto apreciable a simple vista, Jokic cuenta con un arsenal anotador a la altura de los mejores en la liga. La cuestión con él no es de capacidad, sino de voluntad y, en especial, de necesidad. Esa vertiente anotadora sólo aparece cuando es preciso, cuando la ocasión lo requiere. Entender esto no está al alcance de muchos. Sin nada que demostrar, de un tiempo a esta parte el balcánico ha dejado espacio para que fuesen otros quienes alzasen la voz en este ámbito. De este modo, Nikola ha sido un potenciador al interno del equipo, un facilitador, quien hacía que todo ocurriese. Y únicamente en los momentos más delicados, cuando no había otra opción posible, ese Jokic anotador ha aparecido.
El origen de la palabra center, la cual da nombre a la posición de interior en inglés, no es casual. Como si de un topónimo se tratase, este término nace de la posición en el campo que ocupaba un cierto tipo de jugadores durante los albores de este deporte, concretamente en Estados Unidos. Estos no tenían por qué ser hombres o mujeres de grandes dimensiones y altura, pues no fue hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el juego creció hacia arriba; más bien se definían por el rol que desempeñaban en el campo.
En estas primeras décadas de existencia de esta práctica hubo una jugada que terminó por convertirse en la manera hegemónica de jugar, conocida como pivot play, la cual consistía en colocar a un jugador justo en la parte superior de la bombilla, alrededor de la línea de tiro libre. Desde ahí, este center distribuiría la bola al resto de sus compañeros, bien a través del pase o de primigenios manos a manos.
Aunque en estos albores hay más épica que historia, hay cierto consenso a la hora de considerar a Joe Lapchick como el primer point-center del profesionalismo estadounidense. Un jugador que unía altura, físico y clarividencia al pase y que acabó convirtiéndose en leyenda en los extintos New York Celtics. En una larga y detallada pieza, el periodista Gonzalo Vázquez unió los caminos de Jokic con Lapchick como un hilo rojo que conectaba a dos jugadores separados por el tiempo, pero no por su forma de entender el deporte. Con ambos en el centro y con el pase como su manera más visible de comunicación y creación.
Y es que la figura del genio de Sombor obliga a un ejercicio de deconstrucción continua. Como si para poder comprenderle en su totalidad hubiera antes que desprenderse de todo lo que uno sabe, eliminando las viejas y restrictivas posiciones, dando un paso a un lado para tener perspectiva. Las comparativas en ese sentido se quedan cortas, pues no permiten llegar a la raíz del asunto.
Nikola Jokic es alguien único en el sentido más estricto del término: "Solo y sin otro de su especie".
Y no lo hay porque con él nace una nueva especie de jugador. Del mismo modo que George Mikan abrió la veda a los gigantes, Julius Erving le dio alas a los aleros, Magic Johnson resignificó al base y LeBron James al jugador de básquet por completo, Nikola Jokic está escribiendo su propio capítulo en la historia de este deporte.
Un relato que, tras dos premios al MVP de la Fase Regular logrados de manera consecutiva, una retaíla de récords inalcanzables para el resto de mortales y de elevar el juego a la cumbre estética a través de lo colectivo, continúa con la consecución de los máximos reconocimientos posibles en el momento cúlmine de esta liga, como el anillo y el MVP de las Finales.
No hay otro como Nikola Jokic, pero tras él habrá cientos. Sólo así se avanza y se construye el camino para el futuro.
Larga vida al nuevo rey.
Las opiniones aquí expresadas no representan necesariamente a la NBA o a sus organizaciones.