El documental The Last Dance está actualizando muchas de las historias de vestuario que se conocían de los Chicago Bulls campeones, enfocándolas desde un prisma diferente y poniendo nuevas palabras a hechos que pensábamos que conocíamos en profundidad. Una de ellas es la llegada al banco de los Chicago Bulls de Phil Jackson en detrimento de Doug Collins en el verano de 1989.
En las tres temporadas que Collins estuvo al frente del equipo, Michael Jordan alcanzó su mejor nivel individual hasta ese momento, consiguiendo ser el máximo anotador de la competición en tres años seguidos y firmando su mejor marca en ese sentido con 37,1 tantos por encuentro. Además, el 23 de los Bulls se convertiría en MVP y el Jugador defensivo del año en 1988 así como ganador del Concurso de Volcadas en 1987 y 1988 entre otros galardones.
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Desde el momento en el que Collins se hizo cargo del equipo Jordan y él fueron uña y carne, compartiendo un mismo deseo competitivo y formando una dupla que se complementaría a la perfección. Sin embargo, la realidad golpearía al equipo de manera reiterada pues en sus dos de sus tres incursiones en los Playoffs serían apeados por los Detroit Pistons. Un equipo aguerrido que pondría contra las cuerdas a His Airness y evidenciaría las carencias del equipo. Así y tras un balance acumulado de 137-109, la franquicia de Chicago cesaba al entrenador el 7 de julio de 1989.
"Sabemos que esta será una decisión impopular, pero realmente creemos que será en el mejor interés de todas las partes", dijo el dueño del equipo Jerry Reinsdorf en un comunicado emitido por el club.
Su sustituto sería el extravagante técnico asistente Phil Jackson que desde 1987 formaba parte del cuerpo técnico del propio Collins. Jackson irrumpiría en el banco con el innovador triángulo ofensivo, abalado por Tex Winter, y que su precedesor ya intentó implementar a su llegada, desestimándolo rápidamente al no ser capaz de transmitirlo de manera correcta en sus jugadores.
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Este sistema proponía una lectura continuada de la defensa a través de una disposición concreta por la que mover el balón sin cesar, hasta encontrar el fallo en sus rivales. Una propuesta que Michael Jordan llamaba irónicamente "la ofensiva de la igualdad de oportunidades" debido a que significaba un menor uso ofensivo para sí y cuyo precio a pagar era una mayor implicación por parte de compañeros menos talentosos que él. "El triángulo ofensivo se establece para que haya un pase clave que crea el movimiento, y luego hay 33 tipos diferentes de opciones que salen de ese solo pase", comenta Jackson.
"No era un gran fan de Phil Jackson cuando entró por primera vez, porque venía a quitarme el balón de las manos. Doug me puso el balón en las manos", dice Jordan en The Last Dance. "Todos tienen la oportunidad de tocar el balón, pero no quería que Bill Cartwright tuviera el balón con cinco segundos restantes. Eso no es una ofensiva de igualdad de oportunidades, eso es una bobada", añadía el mito.
"Muchas veces Tex me gritaba: 'Mueve la pelota, mueve la pelota, no hay yo (I en inglés) en la palabra equipo'. Bueno, hay un 'yo' (i) en 'ganar' (win)", explicó.
Gracias a que Jordan asumió que sin el sistema no conseguiría vencer a su "enemigo" Detroit Pistons, los Bulls consiguieron en 1991 consagrarse como campeones de la NBA, iniciando así un periodo de dominación que se extendería hasta 1998 con la excepción de 1994 y 1995.
La conversación entre Jackson y Jordan
Como bien relató el aclamado técnico nativo de Montana en su último libro Once Anillos ambos compartieron una decisiva conversación en la que Jordan claudicó con respecto al sistema aunque con ciertas reservas. Una ofensiva que le iba a restar importancia en algunos momentos en favor de multiplicar las opciones de anotar del resto de sus compañeros. En realidad en ningún momento Jackson pretendió limitar la incidencia de su mejor jugador o coartar su talento, sino ponerlo a disposición del resto del grupo en favor del éxito:
Le expliqué que quería poner en práctica el triángulo y, por consiguiente, probablemente no estaría en condiciones de ganar el título de máximo anotador.
—Tendrás que compartir el estrellato con tus compañeros de equipo porque, en caso contrario, no podrán crecer. La reacción de Michael fue sorprendentemente pragmática. Su mayor preocupación radicaba en que no confiaba demasiado en sus compañeros, sobre todo en Cartwright, que tenía dificultades para coger pases, y en Horace, que no era tan hábil a la hora de pensar con los pies.
—Lo importante es permitir que todos toquen el balón para que no se sientan espectadores. Un solo hombre no puede vencer a un buen equipo defensivo. Hay que hacer un esfuerzo grupal. —De acuerdo. Supongo que podré promediar treinta y dos puntos, lo que significa ocho puntos por cuarto —repuso Michael. Nadie más lo hará.
—¿Qué tal si anotas la mayor parte de esos puntos hacia el final del partido? Michael accedió a poner a prueba mi plan. Más adelante me enteré de que, poco después de mantener esa conversación, había dicho al reportero Sam Smith: «Le concedo dos partidos». Cuando comprendió que yo no estaba dispuesto a cejar en el empeño, Michael se encargó de aprender el sistema y de encontrar la manera de aprovecharlo a su favor, que era exactamente lo que yo pretendía que hiciese.
Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.