La noche del miércoles 31 de octubre de 2018 quedará marcada por una de las historias más impactantes de la temporada. No importa que la 2018-2019 recién esté atravesando sus primeras semanas. Está claro que, la noche en que Derrick Rose viajó al pasado y mostró un nivel de MVP para anotar 50 puntos, será de lo más emocionante que veremos. Porque pocos jugadores lucharon tanto para salir adelante como el base de Minnesota Timberwolves. Aquel que supo ser el MVP más joven de la historia en 2011 y que tenía el potencial para dominar la competencia hasta que las lesiones le pusieron un obstáculo detrás de otro. Y los superó para volver a sonreír. ¿Qué pasó antes de la brillante tarea contra Utah Jazz? Veamos...
La explosión en 2011
Aquella temporada 2010-2011 estuvo marcada por el nivel altísimo de un Rose que estaba haciendo de Chicago Bulls un equipo candidato y, quizás, por primera vez con ilusiones serias desde la época de Michael Jordan. Su bestial capacidad atlética, explosión y fortaleza lo hacían un anotador sensacional. Con 22 años y 191 días, se convertiría en el MVP más joven de la historia de la NBA, tras terminar la campaña con promedios de 25 puntos, 7,7 asistencias, 4,1 rebotes y 1 robo en 37,4 minutos. Había ganado el premio al Novato del año en 2009 y, dos temporadas más tarde, se adueñaba de la competencia. El techo, sin dudas, parecía altísimo.
Esa maldita rodilla
La 2011-2012 lo tuvo con algunos problemas físicos menores que le hicieron perderse 27 de los 66 partidos de aquella temporada del lockout. Sin embargo, su nivel fue alto (21,8 tantos y 7,9 asistencias de promedio) y los Bulls se habían quedado con el mejor récord de la NBA (50-16). Llegaron los playoffs y, el 28 de abril del 2012, Chicago estaba cerrando el triunfo ante Philadelphia y, a poco más de un minuto del final, el golpe para Rose, que venía brillando (23 tantos, 9 rebotes y 9 pases gol) hasta que su rodilla izquierda dijo basta: desgarro de ligamentos cruzados anterior.
La otra maldita rodilla
Rose pasó fuera de las canchas durante toda la temporada 2012-2013 después de la correspondiente cirugía y recuperación. Regresó con todas las ganas para la 2013-2014 y comenzó más que bien, promediando 15,9 tantos y 4,3 asistencias en los primeros 10 encuentros hasta que llegó otro día doloroso: el 22 de noviembre de 2013, en Portland, se rompió los meniscos de la rodilla derecha y necesitó un nuevo paso por el quirófano que lo llevó a perderse el resto de la campaña.
Claro que no quedó ahí. En la 2014-2015 regresó y, con altos y bajos, tuvo destellos del que supo ser. Sin embargo, en febrero de 2015 volvió a romperse los meniscos de la misma rodilla derecha y, una vez más, a empezar desde cero. Por suerte, la recuperación fue más rápida y regresó esa misma campaña. Y hasta tuvo un momento mágico en el Juego 3 de la semifinal del Este ante Cleveland, con un triple sobre la chicharra que decretó la victoria de los Bulls. Más allá de que los Cavs de LeBron terminaron ganando la serie, aquella noche quedó guardada en la retina de todos.
La salida de Chicago y un camino en picada
Después de una 2015-2016 donde sólo pudo jugar 66 partidos después de varias lesiones musculares que limitaron su rendimiento, Rose fue traspasado desde Chicago, su casa, hacia New York. Aunque la etapa en los Knicks no tuvo las mejores luces. Jugó 64 partidos e, incluso, tuvo una ausencia extraña y sin aviso del equipo antes de un encuentro contra New Orleans, en enero de 2017. Como si fuera poco, en abril de ese 2017 se conoció otra lesión de rodilla: rotura de meniscos, esta vez en la izquierda.
La 2017-2018 lo encontró con un nuevo desafío: Cleveland Cavaliers, uniéndose al proyecto de campeonato de LeBron James. Aunque otra vez problemas: sólo pudo jugar 16 partidos y una lesión en el tobillo izquierdo lo complicó y hasta lo tuvo separado un tiempo del equipo. Es más, los reportes de aquel momento indicaban que analizaba el retiro. Como si fuera poco, los Cavs lo usaron de moneda de cambio en un canje a tres bandas en donde terminó en Utah, quien lo cortó rápidamente.
Minnesota y Thibodeau le devolvieron la sonrisa
Su viejo entrenador en la época exitosa en Chicago confió en él para sumarlo a unos Wolves que regresarían a playoffs después de muchos años de sequía. Jugó 9 partidos de fase regular tras firmar a comienzos de marzo y dio una mano en la primera ronda contra los Rockets (derrota por 4-1). En el medio tuvo que superar otra lesión en un tobillo. Pero dejó las mejores sensaciones, al punto que los Wolves volvieron a confiar en él en la última agencia libre, dándole un contrato por una campaña. Desde allí, la historia es conocida: terminó con lágrimas, pero de alegría, tras anotar 50 puntos ante el Jazz. Fue más que la máxima de su carrera. Fue el mejor ejemplo de que la lucha que afrontó valió la pena.