El Autodromo Enzo e Dino Ferrari o circuito de Imola tiene una particular relación con la Fórmula 1. Un trazado marcado para siempre por el desafortunado final de Ayrton Senna y Roland Ratzenberger en 1994, pero también por el severo impacto de Gerhard Berger en 1989 que hizo prender su monoplaza en Tamburello. Sin embargo, el trazado italiano también ha sido espacio para momentos dramáticos en lo deportivo y críticos fuera de la pista. El Gran Premio de San Marino de 1982 fue un ejemplo de porqué a la F1 se le conoce como 'el Gran Circo'.
Aquella temporada estaría marcada por la tragedia pero también por la guerra abierta entre los pilotos, la FIA y la FOCA. Las batallas por la normativa con algunos monoplazas había marcado el arranque del curso. Había rumores dentro del paddock que reportaban que Williams y Brabham estaban incumpliendo con el peso mínimo, mientras que semanas atrás Gilles Villeneuve había sido descalificado en Long Beach por irregularidades en su alerón trasero. Rumbo a la cuarta prueba del campeonato en el circuito de Imola, la FISA aceptó a curso la reclamación de Ferrari y Renault para descalificar a Rosberg y Piquet del anterior Gran Premio en Brasil por las irregularidades en el peso.
La polémica estaba servida.
En un mundo tan hermético y cerrado como el de la F1 las relaciones entre equipos son clave, más si comparten nacionalidad en su cúpula. Al quedar excluidos Brabham y Williams, ambos británicos, la FOCA, es decir, la asociación de constructores de F1 cuyo origen también era británico, tomó la decisión de que ningún equipo del país participaría en San Marino en respuesta a la descalificación previa.
Quedaban apenas unos días para que el Gran Premio comenzase y sobre el autódromo italiano no estarían ni Williams, ni McLaren, ni Brabham, ni Tyrell, ni Lotus, es decir, algunos de los nombres más emblemáticos de toda la competición. Urgía salvar la imagen y que el resultado que se viese el domingo no fuera avergonzante. Por ello, Paolo Moruzzi, organizador y promotor del evento, reunió a Alain Prost, René Arnoux, Didier Pironi y Gilles Villeneuve en un restaurante próximo al trazado para acordar una estrategia. El plan del empresario italiano les propuso que quien estuviera al frente del pelotón controlase el ritmo de carrera y no se escapara en exceso para mantener la emoción. Tras ese periodo de relativo respeto se abriría un periodo de lucha por la victoria hasta que quedaran 10 vueltas para el final. En ese momento se acordó que todos los pilotos mantendrían su posición con el fin de tener un cierre de carrera emocionante pero sin incidentes.
Tras muchas deliberaciones los cuatro pilotos francoparlantes sellaron el pacto, conscientes de lo que estaba en juego. Imola iba a albergar su segundo evento en el circuito, se habían vendido todas las entradas y el ambiente iba a ser inigualable, pero tan solo iba a haber 14 monoplazas. Un número extremadamente reducido para una categoría en alza como la F1 en un enclave único como Italia.
Los dos pilotos de Renault, Arnoux y Prost, ocuparon las dos primeras líneas de salida en la clasificación, secundados por los dos de Ferrari, Villeneuve y Pironi. Entre estos cuatro iba a disputarse la victoria en una carrera que el equipo francés comenzó dominando, pero cuando quedaban 15 vueltas Arnoux se tuvo que retirar por problemas de motor, igual que Prost que lo hizo al inicio. Fue entonces cuando inició una encarnizada lucha entre los dos líderes de la escudería italiana por el triunfo. De poco sirvieron los mensajes desde el muro de boxes que pedían a ambos que mantuvieran la posición, redujeran el ritmo y no corriesen riesgos.
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A falta de diez vueltas para el final, el límite acordado días antes para respetar el orden en pista, Pironi logró adelantar a su compañero tras varios intentos, despertando el enfado del canadiense por el incumplimiento del pacto. El nativo de Quebec pudo recuperar el liderato a falta de dos giros para el final pero Pironi no se dio por vencido y en la última vuelta en la curva de Tossa, el francés consiguió pasarle y llevarse la victoria.
Vista la bandera a cuadros el canadiense echaba humo. Y con razón. El piloto no dio la vuelta de honor y hubo que convencerlo para que se uniera a su compañero en el podio. Un final en donde Gilles no aceptó el trofeo de segundo clasificado y expresó toda su furia ante los medios de comunicación instantes después. “Cuando ves la indicación 'despacio' ('slow') significa mantener la posición. Esto ha sido así desde que estoy en Ferrari”, expresó el piloto canadiense, el cual añadió: “Es muy grave. Me ha robado una victoria. A partir de ahora lucharé con él como con cualquier otro monoplaza. Haré mis propias carreras. Le he declarado la guerra. Nunca más volveré a dirigirle la palabra”.
El destino es caprichoso y aquella guerra abierta entre los dos pilotos de Ferrari terminaría del modo más desafortunado posible. Apenas dos semanas después de aquel infame final sobre el trazado de Imola, Gilles Villeneuve perdió la vida en la clasificación del Gran Premio de Bélgica al tratar de mejorar el tiempo marcado por Pironi instantes antes. Un accidente fruto de unos neumáticos desgastados en una pista traicionera como era Zolder y que marcó para siempre a Didier Pironi y a Ferrari. Aquel no fue el final de esta historia pues en el mes de agosto, el francés se fracturó severamente ambas piernas en el Hockenheimring en un incidente muy similar al de Villeneuve. El parisino no murió en aquel accidente pero nunca más volvería a subirse a un monoplaza y fallecería apenas unos años después en un choque con una lancha motora.
Quién sabe qué habría ocurrido en Zolder si Pironi hubiese respetado el acuerdo de caballeros en la última vuelta en Imola. Eran tiempos de guerra en Ferrari y las consecuencias no pudieron ser peores.